Ayer tuvo lugar en Albacete la ‘First Lego League’, un torneo de robótica en el que participan jóvenes de entre 10 y 16 años
La Escuela de Magisterio del campus universitario de Albacete albergó ayer la First Lego League, un torneo de robótica en el que participan escolares de entre diez y dieciséis años.
Es un concurso mundial que se celebra por tercera vez en España, disputándose distintas eliminatorias en seis ciudades del país: Pamplona, Lugo, Barcelona, Madrid, Cornellà de Llobregat (Barcelona) y Albacete. Tres equipos de cada una de estas localidades disputarán la fase final el 1 de febrero en la Universidad Ramón Llull de Barcelona para ganarse el derecho a representar a España en los campeonatos internacionales que se celebrarán en Atlanta y en Copenhague en abril y mayo.
Los chavales lo pasaron genial ayer en el Campus. / JOSÉ MIGUEL ESPARCIA
Un desafío, tres fases
Cada año se propone un desafío, una idea en torno a la cual gira todo el concurso. El reto de este año ha sido el cambio climático, por lo que todas las actividades que comprende el torneo estuvieron encaminadas a conocer, comprender y trazar posibles vías de solución a este fenómeno. First Lego League no se plantea como una competición, sino como una iniciativa en la que los chavales colaboran unos con otros para obtener beneficios. No obstante, se trataba de conseguir la mayor puntuación para pasar a la fase final. La participación se dividió en tres fases que los equipos, de entre cuatro y diez integrantes, debieron aprovechar para sumar la mayor puntuación posible.
En la primera parte, los grupos tuvieron que presentar un proyecto científico ante un jurado de tres personas, en un máximo de cinco minutos. Su elaboración estaba basada, a su vez, en tres objetivos: identificar el problema real del mundo relacionado con el desafío del clima; Proponer una solución innovadora colaborando con otros equipos de la First Lego League de todo el mundo, y compartir estas soluciones con los demás. Los organizadores de este concurso promueven que se comparta la información obtenida por los diferentes equipos que participan en diversos países, y de esta forma busquen soluciones reales en el ámbito del clima.
La segunda parte del desafío fue el proyecto técnico del robot. Los equipos presentaron durante cinco minutos el robot delante de un jurado que valoró tanto el diseño y la ingeniería como la programación. Los robots estaban fabricados por los propios chavales, y estaban construidos con piezas de lego, esas piezas de plástico duro que se conectan entre sí.
La tercera fase del concurso fue tal vez la más divertida. Los equipos se aplicaban en que su robot cumplieran las distintas misiones indicadas antes de dos minutos y medio, sumando más puntos que los adversarios. Evidentemente, todo ello estuvo marcado por las continuas referencias al problema del cambio climático.
Una mañana de locura
A las diez y veinte minutos de la mañana se daba el pistoletazo de salida. En el pequeño escenario del salón de actos de la escuela de Magisterio se alzaba una mesa con un tablero de dos por dos metros de superficie, dividida en dos partes iguales, en las que había pintado una especie de mapa del polo norte. En torno a esta mesa, los concursantes encargados del robot. Un artilugio con ruedas, a modo de cochecillo motorizado previamente construido pieza a pieza, y cuya programación, esto es, el comportamiento, había sido determinada concienzudamente por los chavales, y volcada desde un ordenador hasta el robot a través de bluetooth. En la sala, decenas de niños, cada cual con la camiseta de su equipo, animaban a los suyos. Fueron diez los grupos que participaron: La Roda Bot, Sagrado Corazón, Erarobotab, Nanoboscos, IES Hermógenes Rodríguez, Tecnocabot, Tecnovinci, Leonardos, Andrés de Vandelvira y Los Últimos de la Fila. Un presentador animaba el cotarro sobre el escenario, micrófono en mano, narrando cuanto acontecía sobre la mesa del concurso. Los robots se deslizaban por la superficie transportando simbólicas bolas de CO2, moviendo manivelas, rescatando osos polares o desplazándose a las áreas indicadas. Y ganando puntos. Y todo ello sin que los participantes pudieran tocarlos. Sólo valía la programación. «Lo estamos viviendo con mucha ilusión. Es una iniciativa del Parque Científico Tecnológico de Albacete, sin cuya colaboración no habría podido llevarse a cabo, pues algunos de los equipos necesarios son caros. Hemos construido el robot entre todos los miembros del equipo. Somos diez, y todos colaboramos», explicaba Pablo García, jóven profesor de tecnología del Instituto Sagrado Corazón, que disfrutaba como un enano.
Mientras, a unos metros de allí, en una de las aulas, el ambiente era bien distinto. Raúl y Carlos, del equipo de Los Leonardos, aplacaban sus nervios en la presentación del proyecto científico y técnico sobre el que se apoyaba la construcción del robot ante la atenta mirada del jurado. Sobre el encerado explicaban el asunto: datos, estadísticas, previsiones y demás información detallada sobre el cambio climático. «Estaba un poco nervioso, pero la presentación ha quedado bien. No es fácil resumir en cinco minutos toda la información que hemos preparado. Hemos tratado de analizar los efectos del cambio climático y aportar posibles soluciones. Me lo estoy pasando muy bien», comentaba Raúl después de pasar el examen. En otra sala, algunos chicos practicaban con los robots en una mesa exactamente igual que la del concurso, con el fin de ultimar los detalles finales antes del momento de participar. «Entre equipos pueden colaborar, esto no es una competición. Digamos que son dos adversarios que persiguen una misma meta», declaraba a este periódico Jonathan Becedas, árbitro de mesa.
Fomentar vocaciones
David Serra, de la fundación Scientia, delegada de esta actividad en España, explicaba que el objetivo esencial de esta actividad es «fomentar futuras vocaciones profesionales en el ámbito científico tecnológico. No es una competición, es un reto. Todos ganan. Aunque se clasifican tres, todos consiguen una medalla. Parten de cero. Diseñan su proyecto y su robot desde cero. Es un sistema de trabajo muy intuitivo, no hace falta ser un cerebrito para saber hacer uno de estos robots, para nada, además, con las piezas de lego no hace falta soldar ni taladrar».
En fin, una mañana de diversión y compromiso firme con el medio ambiente. Y en los pasillos, el trajín alegre durante toda la mañana.
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